Los hermanos Dámaso, Blas José, Dorotea Isabel y JoaquÃn Carrillo Benavente tuvieron cuatro hijos varones en un intervalo de pocos meses. Los cuatro primos hermanos que se llamaban, por orden de nacimiento JoaquÃn Gregorio, hijo de JoaquÃn y Clarisa; Gabriel Miguel, hijo de Dámaso e Inés; José MarÃa, hijo de Dorotea y Tomás y, Blas Manuel, hijo de Blas José y Dolores. Todos nacieron en Ulea entre los años 1905 y 1906. Fueron inscritos en el Registro Civil de Ulea y bautizados en la parroquia de San Bartolomé, de dicho pueblo, por el sacerdote D. Juan Antonio Cerezo.En los albores del siglo XX las condiciones socio-sanitarias y escolares eran muy deficientes. Todos ellos perdieron a varios hermanos, recién nacidos o de corta edad. Por suerte sobrevivieron a los procesos epidémicos que "atacaban" sin piedad. Los cuatro fueron a las mismas escuelas, y formaban "pandilla": eran primos hermanos y "la unión era cuestión de honor". Como la escuela era unitaria, compartÃan aula con los niños de su edad que se diferenciaban no más de tres o cuatro años. CompartÃan aula, recreos y juegos con uleanos como JoaquÃn Moreno, Antonio López Garro, Jesualdo Cascales Valiente, JoaquÃn González "Cañero", José MarÃa Vargas, Pepe y Andrés de Raimundo, IsaÃas Garro, Damián Abellán, Gregorio Tomás, JoaquÃn y Pepe Cascáles Pérez, Luis y José Antonio "Los Mancos" y algunos otros con un poco más de diferencia de edad. Las necesidades de sus casas eran distintas y pocos tuvieron la suerte de acabar su etapa de escolarización, por lo que el grado de formación fue dispar. Cada uno eligió el camino que pudo; nunca el que hubiera deseado, aunque no por falta de ilusión; inquietudes no les faltaba a ninguno. En el pueblo siguieron los cuatro primos trabajando en la huerta o en la repoblación forestal o trabajando el esparto. Al mismo tiempo, los cuatro, daban clases, con un "maestro idóneo", por las noches; cuando regresaban del trabajo. TenÃan que aprender bien a leer, escribir y las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. Alguno, como Gabriel se habÃa trazado unas metas más altas y no regateaba esfuerzos para conseguirlas. Los otros tres, "espoleados", le seguÃan y formaron un cuarteto culto, trabajador, humano, de gran sensibilidad ciudadana en la que el respeto a los demás era cuestión prioritaria. Este cuarteto se reunÃa periódicamente en casa de sus padres; Dámaso, Blas, Dorotea o JoaquÃn, pero éstos estaban un poco mosqueados hasta el punto de que les prohibieron esas reuniones "porque no sabÃan lo que tramaban en ellas". Decidieron hacerlas en el corral de JoaquÃn y alguna vez en el de Dámaso. Al poco tiempo les sorprendieron y tras pedirles que les explicaran lo que pretendÃan, Gabriel y José les respondieron un tanto nerviosos: - Hablamos de las mozas de Ulea, del panorama laboral del pueblo tan incierto; en una palabra de nuestro futuro. Los mayores agacharon la cabeza, se quitaron el sombrero- y Dorotea su pañuelo- y rascándose la cabeza les siguieron escuchando. El planteamiento general era de salir del pueblo tan pronto acabaran sus obligaciones militares. Al acabar la mili me voy a Murcia a trabajar, decÃa Gabriel. JoaquÃn, el más negociante decÃa que querÃa montar una fábrica de Muebles, José soñaba con ser administrador de fincas, las propias y las de un tÃo suyo y Blas querÃa hacerse solidario con los trabajadores y soñaba con modernizar la agricultura y emplear a muchos obreros de Ulea que pudieran vivir en el pueblo, sin necesidad de emigrar. Los cuatro eran grandes pensadores, de ideologÃas distintas pero con un respeto exquisito. SeguÃan reuniéndose y ellos mismos se autodenominaron "El cuarteto de la libertad y el progreso". Al acabar "la mili" surgió la deseada diáspora y emprendieron el camino que se habÃan trazado años atrás. La suerte fue diversa pues los tiempos no eran propicios, ni a nivel ideológico ni económico. La situación laboral era inestable, tendiendo al desempleo. Sin embargo, seguÃan reuniéndose. Un par de veces al año iban a Murcia a reunirse con su primo Gabriel. Lo hacÃan en la cafeterÃa de la calle Vinadel, que después se llamó "El Alcázar" y pasaban el dÃa poniéndose al corriente de su situación laboral y afectiva. También se informaban de cuánto "se voceaba" por los mentideros de la ciudad y del pueblo. Cuando el dÃa comenzaba sus claroscuros, regresaban a Ulea. Como apenas tenÃan dinero se subÃan a la baca del coche de lÃnea, que valÃa más barato el billete; y proseguÃan comentando la tertulia que habÃan mantenido. Como los tres se habÃan llevado un bocadillo- su economÃa no daba para mucho más-, José evocaba lo bien que le habÃan sentado su bocadillo de tortilla y lo que su madre, Dorotea, le habÃa echado en una fiambrera. Como el padre de Blas tenÃa una tienda de ultramarinos aportó un morcón y un trozo de salchichón. JoaquÃn contribuyó con unos huevos duros y un trozo de tocino. Gabriel comió con ellos en el malecón y aportó pan, fruta y bebida. Siempre que se comentaban sus reuniones terminaban diciendo que para ellos era una gran fiesta: "La fiesta del encuentro"; "la fiesta de la ilusión"; "la fiesta de la esperanza". Gabriel iba más veces a Ulea pues allà estaban sus padres y sus hermanos. Concertaban sus reuniones y hacÃan una orden del dÃa que cumplÃan escrupulosamente, empezando por la situación personal y laboral de cada uno y siguiendo con la problemática social, a nivel local y general, asà como las perspectivas a corto y medio plazo. El horizonte se atisbaba con intensos nubarrones: la situación auspiciaba un futuro incierto. Los padres de Gabriel, Dámaso e Inés, se quejaban de que su hijo que venÃa a Ulea, de tarde en tarde, apenas le veÃan ya que siempre estaba con sus primos. Su madre le decÃa: ¿qué tendréis que contaros? Muchas cosas madre, muchas cosas; le respondÃa con una leve sonrisa. Los avatares de cada uno, asà como sus proyectos de futuro, siempre estaban sobre la mesa, pero, sobre todo se habÃan juramentado que los cuatro estarÃan hombro con hombro ante cualquier circunstancia que afectara a cualquiera de ellos; fuera de la envergadura que fuera. Allà estarÃan todos a una. La desazón del momento hizo que los presagios más negativos se cumplieran. Desgraciadamente desembocó en una contienda fratricida en la que todos los españoles salieron malparados. La suerte de cada miembro del cuarteto fue dispar. Como pertenecÃan a "la quinta del saco" uno fue militarizado, otro represaliado, otro detenido y otro que se buscaba "para darle el paseÃllo", huyó a paradero desconocido, no sabiendo nada de él durante nueve meses. Ya le daban por desaparecido. Por suerte para los cuatro, al final de la contienda, se produjo el reencuentro. No hubo que lamentar ninguna baja, si bien dos fueron encarcelados, uno sufrió las consecuencias del vandalismo y vio como habÃan destruido su fábrica de muebles y, le habÃan dejado arruinado. El cuarto tuvo más suerte ya que era más afÃn al bando ganador. Cuando se reunÃan, ahora de forma clandestina, siguieron con la máxima que se habÃan prometido cuando eran pequeños: Ayuda y respeto. Aunque la suerte fue dispar; nadie ganó. Dejó heridas sin cicatrizar durante muchos años. El saludo entre ellos era un fuerte abrazo y se les llenaba la boca cuando se dirigÃan al resto del cuarteto, diciéndose "primo"…, primo, ¿qué te cuentas…? Todos habÃan formado una familia, con mayor o menor éxito, pero con un denominador común; la honradez y el respeto. SeguÃan reuniéndose en Ulea o en Murcia, según acordaban, pero ya no dependÃan de ellos porque todos tenÃan mujer e hijos y sus obligaciones les dejaba menos tiempo libre. Aun asÃ, como los medios de comunicación habÃan mejorado estaban al corriente. La cafeterÃa "el Alcázar" seguÃa siendo su lugar de reunión en Murcia y en Ulea la casa preferida, que reunÃa las mejores condiciones, era la de Blas. José era el correo de los cuatro, pues era el que más viajaba a Murcia, y ponÃa al corriente de todo cuanto ocurrÃa por Ulea y a los uleanos. Los años iban pasando y "las secuelas de las desventuras", hicieron mella en la salud de estos cuatro trabajadores que seguÃan, anteponiendo el bien de los demás al propio. Pronto empezaron a enfermar de manera inquietante. Paradójicamente los cuatro padecieron enfermedades cardÃacas. Blas falleció a los 45 años, JoaquÃn a los 57, José a los 64 y Gabriel a punto de cumplir los 70. Todos, como digo con anterioridad, enfermos del corazón. Las causas pueden deberse a los despiadados sobresaltos de la época en que les habÃa tocado vivir. De todas formas habÃa un componente genético importante. Creo, desde mi perspectiva, que ambos factores se sumaron. A pesar de que su corazón era débil y les afectaban los contratiempos, "los cuatro formaron una verdadera orquesta". Nadie podÃa impedirles que su sinfonÃa sonara a los cuatro vientos; con aires de libertad y mensajes de orden y respeto.